El Colacho: Donde el Pecado Original se Encuentra con la Influencia Original
El Castrillo de Murcia acoge El Colacho, donde el diablo salta sobre bebés y el caos se mezcla con el ritual católico, con solo la dosis justa de Eucaristía para mantenerlo sagrado.
Hungry Culture
6/29/20254 min leer


El Diablo, la Eucaristía y el Atabalero: Dentro de El Colacho
Cada año, se lleva a recién nacidos a un pueblito cerca de Burgos para que el mismísimo diablo encarnado salte sobre ellos. La Iglesia Católica no solo lo permite: lo bendice. En un mundo obsesionado con “proteger a los niños”, El Colacho se ríe, atravesando siglos de caos a saltos, demostrando que la tradición no siempre viene domesticada.
Para entender cómo nació esta locura, hay que viajar a la Edad Media y desmenuzar la Eucaristía, ese venerado Crutón de Cristo.


Corpus Christi en Castrillo de Murcia
El Colacho tiene lugar en Castrillo de Murcia, un pueblo construido sobre siglos de conquistas, reconquistas y espectáculo religioso en la provincia de Burgos.
El festival se celebra durante el Corpus Christi, unos 60 días después de la Pascua, y dura seis días. El evento principal —cuando el diablo hace su cabriola sobre los bebés desprevenidos— ocurre el domingo posterior a la festividad.
Pero para entender cómo evolucionó esta costumbre tan bizarra, primero hay que mirar al Corpus Christi, una fiesta católica establecida en 1264 para celebrar la Eucaristía. Esa hostia sagrada, porque los católicos insistían —y probablemente aún lo hacen— en que una oblea consagrada no es símbolo, sino literalmente el cuerpo de Cristo.
En la Europa medieval, el diablo no se quedaba tranquilito en el infierno: era el protagonista. En obras religiosas, procesiones y autos sacramentales, el diablo era el malo del cuento, trayendo a escena el tira y afloja eterno entre el bien y el mal. Fuego, ruido, baile y drama eran ingredientes esenciales.
Así que, naturalmente, El Colacho es una consecuencia lógica. Un festival enraizado en la celebración del cuerpo sagrado, cargado de teatro medieval, simbolismo explosivo y una puesta en escena que todavía nos deja con la boca abierta.
La Cofradía
En 1621 se fundó en Castrillo de Murcia la Cofradía del Santísimo Sacramento de Minerva. ¿Su misión? Ser influencers del Pan de Jesús. Asegurarse de que la Eucaristía fuera adorada, desfilada por el pueblo y reconocida como el equipo ganador frente al protestantismo.
Al estar afiliados con Santa María sopra Minerva en Roma, tenían derecho a montar los fiestones más grandes. Incluían teatro religioso a lo grande, danzantes enmascarados y procesiones encabezadas por un tamborilero —el Atabalero—, de donde nació El Colacho. Básicamente, eran los community managers del siglo XVII.
La noche previa a El Colacho, Castrillo se transforma. A eso de las once, el pueblo se apaga. Se cortan las luces, y la iglesia de Santiago Apóstol —una joya gótico-renacentista del siglo XV— se convierte en escenario para un espectáculo de luces que mezcla lo sagrado con lo infernal.
Música en vivo, tambores tradicionales y danzas invaden las calles. Diablos enmascarados corren con bengalas, persiguiendo a quien se atreva a acercarse. Es parte pagano, parte santo y totalmente caótico. La noche acaba con fuegos artificiales y fuego real en desfile.

El Colacho, El Cofradía y El Atabalero
Saltar para llevarse el pecado


El acto final, y clímax de El Colacho, ocurre cuando los Colachos (hay dos, uno de amarillo y otro de verde) son obligados simbólicamente a saltar sobre los recién nacidos, para no manchar su inocencia.
Colchones con almohadas se reparten por las calles del pueblo. Altares con flores y vino se colocan frente a las casas.
Las familias sacan a sus bebés, nacidos en los últimos doce meses, y los colocan sobre las camas improvisadas. Algunos lo hacen en paz… otros no tanto.
Como en las Vueltas anteriores, la Cofradía, el Atabalero y los Colachos salen de la iglesia y recorren las calles.
Los Colachos, esta vez sin máscara, hacen calentamiento y se preparan para el salto. Las chicas del pueblo, vestidas de blanco con bandas de colores, forman una fila a lo largo del recorrido. Su danza, rítmica y repetitiva, representa la virtud y la gracia, marcando el tono de la purificación.
Los Colachos rodean cada colchón y saltan uno tras otro, con tarañuelas y zurriagos en mano. Detrás viene el cura, bendiciendo a cada bebé y a cada altar, en un ritual que mezcla protección espiritual, limpieza simbólica y, seamos sinceros, algo de derecho a presumir.
Hasta la fecha, ningún bebé ha salido herido.
El Colacho es partes iguales de historia, locura y teatro sagrado en un solo evento. Un festival que ha estado armando jaleo por motivos divinos durante siglos. La pregunta es: ¿Dejarías tú que el diablo salte sobre tu cría por una bendición celestial?
La víspera de Colacho: Caos y Fuego


El domingo por la mañana, la campana del pueblo toca el “toque de maitines” para llamar a todos a la oración. La calma y la reverencia duran solo un momento antes de que la locura se reanude.
El Colacho y el Atabalero comienzan sus rondas, conocidas como las corridas del Colacho o “Vueltas.” Estas son procesiones rituales de 15 a 20 minutos por el pueblo.
La Hermandad abre el camino. Le sigue el Colacho, vistiendo un traje amarillo brillante con borlas y rayas rojas en zigzag. Su grotesca máscara, la birria, presenta ojos oscuros, una nariz grande y un mentón retorcido. Golpea sus tarañuelas y agita su zurriago, recorriendo las calles y avivando el caos. A su lado, el Atabalero lleva el ritmo con su tambor atabal, anunciando la presencia del Santísimo Sacramento con cada golpe.
Juntos, simbolizan el bucle eterno del caos y el orden.